Las personas mayores han sido uno de los grupos más afectados por la pandemia de la COVID-19, no sólo en cuanto a contagios y mortalidad, sino también por las consecuencias que han tenido las medidas de distanciamiento social y las restricciones de movilidad. El profesor de los Estudios de Ciencias de la Salud de la Universidad Oberta de Catalunya (UOC) Marco Inzitari, jefe del grupo Envejecimiento, Fragilidad y Transiciones en Barcelona del Vall d’Hebron Instituto de Investigación, ha impulsado un estudio, en el que se ha podido comprobar cómo los síntomas depresivos, la fatiga y las reducidas relaciones sociales han influido negativamente en el nivel de actividad física que las personas mayores han mantenido durante el confinamiento por la COVID-19.
El estudio, liderado por este experto presidente de la Sociedad Catalana de Geriatría, permite comprobar que el nivel de actividad física depende de varios factores y, en consecuencia, a la hora de ayudar a una persona mayor, hay que incidir en varios aspectos de su vida.
El estudio, que se había iniciado antes de la pandemia para evaluar el impacto de un programa de envejecimiento saludable, tiene la ventaja de emplear los mismos instrumentos antes y después del confinamiento estricto y comparar la situación de los participantes. El programa en cuestión, que ofrece recomendaciones de actividad física a los participantes, es un programa de intervención para la promoción de la salud y el envejecimiento saludable dirigido a personas de especial fragilidad. “Personas que todavía son relativamente autónomas y que manifiestan signos de fragilidad, pero que se encuentran en una fase muy precoz, hecho que las identifica como las candidatas ideales para una intervención”, explica Inzitari, que también es miembro del grupo multidisciplinario de COVID-19 del Ministerio de Ciencia e Innovación. El estudio ha permitido hacer elseguimiento dinámico de un total de 98 personas.
Algunas de las conclusiones del estudio son que, en la disminución del nivel de actividad física de las personas durante el confinamiento influyó el hecho de vivir solas (38 %), tenersíntomas depresivos previos (21,9 %) o fatiga declarada durante la pandemia (38,1 %). En cambio, las personas que manifestaron haber tenido un contacto social con personas diferentes a las de la familia (46,9 %) y haber mantenido actividades de lectura (26,5 %) durante el confinamiento han mostrado unos niveles de actividad física mucho más elevados.
Estos datos son, en opinión del investigador, una evidencia sobre la “constelación de factores” que contribuyen a la “reducción de la actividad física” y que tanto pueden estar relacionados con la salud como con aspectos sociales. En la disminución de la actividad física han contribuido elementos relacionados con los límites a las interacciones sociales o con los efectos biológicos por la reducción de la movilidad, por ejemplo. “Por un lado, los aspectos previos a la pandemia, como el hecho de tener síntomas depresivos, pero al mismo tiempo las relaciones sociales, la fatiga que se percibe dada la situación de pandemia y tener menos red social”, subraya el experto.
Las múltiples causas que conducen a esta reducción hacen evidente que los programas para recuperar la actividad física de las personas afectadas “no pueden limitarse solo a dar consejos y recomendaciones”, remarca Inzitari. El profesor de la UOC defiende: “También hay que procurar que progresivamente estas personas recuperen las relaciones sociales. Tenemos que velar por su estado anímico, porque con actividad física por sí sola no llegaremos a resultados.” Las consecuencias negativas del envejecimiento tienen que ver, como se ha demostrado, no solo con la salud, sino también con el entorno social o algunos factores psicológicos. “Si intervenimos en una sola cosa, no cambia la situación, porque el abordaje tiene que ser muy sistémico y colaborativo: con intervención de los agentes de salud (atención primaria), geriatras, servicios sociales, entidades y cuidadores”, comenta. De esta experiencia, Inzitari destaca el aprendizaje sobre la importancia de promover un envejecimiento saludable que permita superar situaciones parecidas en el futuro. Por eso, destaca el valor de “la promoción y prevención de la salud en todas las edades”.
El profesor de la UOC también subraya la relevancia de incluir en los programas dirigidos a los mayores la introducción del componente digital. “Hay que poner en valor que hay aplicaciones y programas que también ayudan a ofrecer este acompañamiento para recuperar la movilidad física de manera digital”, apunta. Las aplicaciones, aún así, tienen que ser fiables y, de alguna forma, “tiene que haber una tutela por parte de los profesionales de salud”.
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